El dialecto del espíritu
El dialecto del espíritu empieza en el momento en que se
termina la voz de los callados. Un ciclo cerrado pero no del todo. sin dejar de
ver la necesidad ajena pero con otros ojos. Con los oojos de quien se atreve a
transformar las cosas desde otro lugar. Ya no desde el desgaste a ultranza de
quien se ve perjudicado en el mismo. Sino desde la mismísima esencia de uno
mismo. Haciendo un viaje interior a su ser y viendo que es lo que no le hace
bien al espíritu son dejar de lado esa confrontación, pero menos violenta, sin
perder relaciones en definitiva.
Me siento muy zen, desgraciadamente. Nunca pensé en terminar
meditando. Pero hay una frase en la medicina que dice que si te hace bien
metele que son pasteles. No decía así la frase exactamente pero el mensaje
esta. La cuestión es que desde que dejé de escribir respecto de las cosas
ajenas, tal como el hambre en el mundo que no puedo solucionar desde mi sillón
cómodo y burgués, en contraposición con mis ideales, me siento un poco mejor. Sin
perjuicio de que aún me duela esa cuestión pero que no puedo solucionar. O lo
puedo hacer desde el ínfimo lugar que me toca ocupar en lo que haga en la vida.
No sé, sembrando conciencia, desde mi más absurda inconciencia. O desde el inconsciente
que de vez en cuando me tira historias para contar sobre mí. Y quizás ese
egoísmo ayude a otros a ver que este idiota un día decidió abordar su vida
desde adentro para que quizás a los demás ayude a leerlo y ver que hay otros
idiotas que la pasan mal. Que aunque tengan todo servido la pasan mal igual. Porque
se preocupan por el resto. Porque no creen que sólo viven la vida que les tocó
en suerte y tienen la osadía de mirar a un costado. Aunque me considere
bastante egoísta. No sé si por una cuestión artística o por una cuestión de ego
personal, vaya redundancia.
Lo cierto es que el dialecto del espíritu intenta esbozar, a
través de palabras, un viaje interior. Desde el interior hacia el exterior. Quizás
porque tengo una compañía que me permite hacerlo. Que me banca en todas las
cuestiones de un espíritu roto y vapuleado. Que se ha hecho mucho daño en el
afán de resolver cuestiones ajenas a sí mismo. Y que le demostró que quererse a
uno mismo ayuda a querer a otros. Que el que está de más es uno cuando uno se
olvida de sí mismo. Que juego de palabras más difícil. Pero intentaré ser más
claro, a través de las críticas que he recibido desde la lectura de “La Voz de
los Callados”. Por momentos me siento incomprendido hasta por mí mismo. Y ese
no es el objetivo. De ninguna manera, el tema es que se me entienda. El tema es
que me entienda hasta yo mismo de lo que quise expresar. Me parece que un
escritor tiene que ser sincero con lo más grande que tiene, que es su ser
interior. Eso ha valido un montón de censuras. Pero hoy no tengo miedo de
expresar. Porque a través de la expresión se puede sanar el espíritu. Porque a
través de ella decimos cosas que ni siquiera nosotros mismos sabemos que
tenemos. Lejos estoy de que este manifiesto se transforme en un libro de
autoayuda. Nunca me gustaron los libros de autoyuda. Si es auto ayuda para que
necestitamos un libro. La respuesta está dentro nuestro. Pero en la vorágine
diaria es difícil poder verse entre tanta miseria espiritual.
Las cuentas para pagar, la economía de la casa, que no dan
los números, que no te alcanza la guita, que tengo que tener ocho trabajos más
para poder sobrevivir. Cuándo hay tiempo de verse uno mismo. Nunca. Entonces,
dicen que el tiempo se hace. Pero cada vez es más difícil hacerse de tiempo
para reencontrarse o encontrarse con uno mismo. En la soledad de la casa a la
que tanto tememos. Porque verse tampoco es cómodo. Nos encontramos con un montón
de miserias de las que la gente tiende a huir en el afán de querer ser felices.
No estoy prejuzgando esa conducta. La búsqueda de la felicidad. Pero es un
concepto tan vanal, tan construido por el mercado y el consumo que ya pierde
todo atisbo de credibilidad. Comprate esto que vas a ser feliz. Comprate lo
otro que te saca las canas, en la lucha por la juventud y contra la tan natural
vejez. Es tan natural la vejez como personas hay en este mundo. Es tan común
envejecer que el rejuvenecimiento pasa a ser un negocio tan próspero para los
que se comen la voz de la eterna juventud y que con eso van a ser felices.
El dialecto del espíritu es todo eso y mucho más. Sin dejar
la crítica de lado, que a mi juicio, constituye la esencia de todo escritor,
aunque haya algunos que se dediquen sólo a describir y no a transformar, esa
herramienta es fundamental para restar lo que no suma. Restar suma. Mira que
paradoja. Depende que restamos y que sumamos. Calidad en vez de cantidad. Las críticas
no son peyorativas cuando se intenta construir algo a través de ella. Las destrucciones
abundan, tanto como la violencia. Por eso, quizás, la violencia se tenga que
relegar a un segundo plano a la hora de construir. O destruir para construir
otra vez. O desarmar para volver a armar. O morir para volver a nacer con más
ganas. Y más impulso, sin cirugías estéticas, sino espirituales y de
conciencia. No esa conciencia seria como perro en bote. Esas no conducen a
ningún lado. Sólo a hacernos los seriamente aburridos en medio de algo que
tendría que ser divertido. Tan divertido como la subversión de una sonrisa. Tan
espiritual como el enfrentamiento de las tesis y las antítesis de la dialéctica
hegeliana, en una síntesis llamada realidad.
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