Apología del colectivo



Consolidar un grupo no es tarea fácil. Cada uno con sus cosas. Con miserias y pobrezas de espíritu, con sus mambos y locuras. Cuando pasa a ser demasiado fuerte esa cuestión ese grupo se rompe y estalla en diez mil pedazos de egos que metamorfosean en soledades individualizadas hacia el propio yo.

El yoísmo entra a gobernar la naturaleza de espíritu y entramos en contacto con nuestro ser más interior. Nos empezamos a buscar. Aquello que perdimos en esa masa amorfa de lo colectivo, que tomó el poder de nuestra conciencia, haciéndonos inconscientes de nuestras potencialidades individuales, y aun subestimándonos y hasta humillándonos, en los peores casos.

Los casos en que se basa esta humilde teoría son abundantes. Por eso es menester pasar por alto sus denominaciones, para no caer en lo innumerable. Pero no significa que aquello de lo colectivo signifique el apocalipsis. Todo lo contrario: es muy loable aquellos quienes logran tremendas hazañas grupales, desde todo punto de vista: desde la economía, considerando que al mayor número de gente le vaya bien: “los números tienen que cerrar con la gente adentro”, dijo en un discurso Máximo Kirchner. Sí, el “gordito falopero que se la pasa todo el día jugando a la play”, como dicen los discursos de los que quieren justamente lo contrario: que los números den con la gente “como uno” adentro.

Desde el punto de vista político, quienes tomaron el desafío de administrar las arcas del estado, no deben hacer otra cosa que pensar en lo colectivo. Porque de lo contrario, hubieran seguido con su empresa, o sus empresas, cuya estructura dista leguas de ser realmente un Estado. La industria no es un Estado. Pero esta gente así lo cree. Donde te pueden expulsar porque cualquier causa, dejándote lisa y llanamente afuera del sistema, cuando el Estado es el que tiene que generar las fuentes de trabajo.

Desde el punto de vista del derecho, rompiendo la burbuja judicial que engloba y separa al Poder Judicial de la gente, ignorando que la justicia es un servicio hacia la gente que paga sus impuestos, de los cuales sale el dinero para financiarla. Y también a aquellos que no pueden pagar sus impuestos, porque la Justicia es un derecho que nos concierne a todos. La falta de pago de impuestos es muy común en esta etapa de pornográficos tarifazos, en beneficio de las grandes empresas que debería manejar el Estado para beneficio de su gente.

Desde el punto de vista de la cultura, donde lo colectivo cobra fuerza en un megaevento auspiciado por un Estado que le paga a los artistas comprometidos con la realidad social, aún los que critican al gobierno de turno que le está pagando. Contrario a lo que pasa con el cierre de centros culturales, con el ínfimo presupuesto que se le dedica a la cultura, porque un pueblo sabio y culto es difícil de dominar y controlar. Ya no necesita de ningún gobierno.

Desde el punto de vista del deporte, cuando se alienta el laburo en equipo tanto física como espiritualmente, reemplazando la competencia exitista y perturbadora de ganar a cualquier precio porque el deporte pasó a ser de un juego a un negocio que maneja millones. He aquí la presión por ganar. Cuando se pierde la picardía de hacer una jugada brillante al miedo de que el rival te quiebre porque está asustado y ya no disfruta del maravilloso fútbol, inventado por la frialdad inglesa y jugado por la caliente pasión argentina.

Desde todo punto de vista, lo colectivo ha conseguido muchísimas más hazañas que lo individual. Desde una revolución popular al encierro en una burbuja de quien se siente solo y tiene las más aberrantes conductas para paliar su soledad, incluso incurriendo en horrendos crímenes y hasta el suicidio mismo.

Sí. Esto pretende ser una apología de lo colectivo. No se equivoca el lektor de este eskritor, que se ha sentado brutalmente acompañado por la colectiva soledad que asola a todos.

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