Quedamos los que puedan sonreir

Lo embargaba una especie de cosquilleo mental que le daba risa en pleno velorio. Lo juzgaban los demás porque no se tomaba nada en serio. La seriedad era para él una especie de careta que se ponía la gente para disimular la risa que le daba la hipocresía y la ridiculez de la vida de tener que aparentar cosas que no son en realidad, o que al menos están vistas como rituales absolutos y no son nada más que repeticiones y repeticiones idiotas de gente que se enceguece con la seguridad de lo continuo y repetitivo.
Sin embargo, él no quería ser igual que el resto. Porque el resto no hacía más que sumar una caterva de ejemplos para los que era fácil refutar con un contraejempl real y necesario, en el momento justo, en el momento oportuno, a raíz de la facultad que tenía de observar todo y comparar.
Las observaciones lo llevaban a hacer las más disímiles comparaciones y podía sacar semejanzas y diferencias entre dos asuntos que no tenían nada que ver el uno con el otro y a la vez eran tan iguales.
Hegeliano al palo, muy lector y escritor, no dejaba rastro de la realidad sin dejarlo registrado en palabras, que fluían como agua cuando te olvidas abierta una canilla y la misma fluye de una manera verborrgica y continua. Las letras eran como una catarata de cosas que habían quedado en su retina y en su boca y parecía que recién se había abierto el dique para que salgan, posteriormente a lo cual sentía un alivio similar al que sentía cuando sus ojos no podían parar el  manantial de la soledad que había experimentado ante su separación de la mujer que amaba.
El amor dejó de ser una cuestión sagrada para convertirs en algo increíble, por su existencia y por su inexistencia, cuyo dolor lo dejaba en cuclicllas dormido bajo la ducha cuando se daba un baño de agua caliente que masajeaba cada músculo de su gran espalda, trabajada cada tanto con ejercicios físicos que los hacía más por obligación que por mero placer. Porque no soportaba ver su cuerpo abandonado y dejado, porque lo molestaba esa grasa de más acumulada en su abdomen y porque así se sentía más vital.
La cuestión es que no paraba de reír en pleno velorio. Él sabía la locura del hecho. Y el contraste de la situación. Lo cual no le impedía realizar una vuelta a la censura racional y hacer parar esa ria frenética y loca, endiablada, ante un supuesto dioss al que le rezaba la gente para que reciba al alma de ese difunto que había decidido quitarse la vida.
Hasta que se paró. La gente lo miraba. Era muy señalado. Estaban por llamar a la policía. Alcanzó a decir: "perdón" y se dirigió hasta la puerta del velorio. Todas las miradas tenían el mismo objetivo. Algunos se mordían el labio inferior no pudiendo alcanzar a creer semejante situación.
Alcanzó a llegar a la puerta y un pibe que pasaba por la puerta escuchando música canturreaba: "quedamos los que puedan sonreír/ en medio de la muerte/ en plena luz/ en plena luz". Justo se corta la luz y el rostro del risueño se iluminó con la luz perenne del celular del pibe que guardaba aún un 15% de batería.
 

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