Una familia muy normal
Hurgando en la carpeta color púrpura del Eskritor encontré una de mis primeros análisis acerca del llamado séptimo arte: el cine. En este caso la víctima fue la película Belleza Americana, o American Beauty, uno de los dramas de Sam Mendes, que fue estreno en el año 1999, y que fue escrita por Alan Ball, protagonizada por Kevin Spacey, Annette Bening, Thora Birch, Wes Bentley, Mena Suvari y Chris Cooper.
Lo titulé “Somos Una Familia Muy Normal” y fue publicado en
un semanario local. Su argumento lo sinteticé en una palabra. Me pareció que
tocaba el tema de la hipocresía que emerge de las familias tipo. De alguna
manera, trata de satirizar la forma de vida de algunas familias
norteamericanas.
La actuación de Kevin Spacey, logra un brillante personaje
cuya oscuridad infeliz retrata al padre de familia, cuya única alegría mañanera
es tocarse debajo de una ducha ni bien empieza el día, tras varias intentonas
de buscar tener relaciones con su esposa. Su esposa, una de esas personas que
aman tener todo bajo control y organizado, con la casa excesivamente prolija,
hasta tal punto de obsesionarse con eso encegueciéndose con cualquier señal de
afecto. Lo material omnipresente enmoheciendo el criterio fundamental de la
vida que constituyen los afectos, reemplazado por una regla de vida que, en un
momento de tensión con su hija, intenta darle su cátedra, luego de decirle que
su padre lo avergüenza porque cada vez que trae a su amiga, se moja. “Con la
única que puedas contar es contigo misma”, le dice llorando.
Por otro lado, los vecinos que viven justo al lado de la
casa, son el costado antagónico, y no tanto, de esta familia. Un padre
sobreprotectormente patológico, nazi y amante de las leyes, una mujer que no
emite opinión alguna y sumisa, cuyo silencio da el afirmativo que el ex
comandante necesita, y un hijo multifacético y drogadicto, pero a la vez
reprimido, ambas cosas provocadas por las desaveniencias dictatoriales de su
padre.
Ganador de 5 premios Oscar, lo cual no acredita en nada la
calidad de la película, muestra de una manera sarcástica, impúdica y
perfectamente cruel, lo inconvivible de estas dos familias, cada una por su
lado, con distintos paradigmas que se vuelven idénticos al momento de tenerse
en cuenta como modelos de infelicidad absoluta.
La dirección de Sam Mendes da cuenta del intérprete de un
guión que tiene por momentos, toques graciosamente tristes y con una gran
visión de los problemas cotidianos que hacen a cualquier familia tipo que vive
bajo el poderoso y nefasto influjo del éxito como norte y objetivo. Las
situaciones conflictivas se hacen patentes en un grupo de personas que no saben
como manejar los problemas diarios de cualquier grupo de personas y eligen
negarlos, disimularlos, disfrazarlos de otra cosa, bajo una máscara de
felicidad ficticia.
Un cachetazo a la cruda realidad que se hizo ficción, tantas
veces real. Molesta. Una peli que molesta a gente que se fue escandalizada del
cine, diciendo: “no me gustó”, “no la entendí”. Es que toca los más profundos
retazos de mentira familiar, e incomoda, cuestiona, hurga en los rincones más
duros de nuestro ser cuando nos preguntamos si realmente somos felices con lo
que vivimos. Si profundizar un poco acerca de lo que vivimos nos acerca a los
fantasmas del abandono, de la soledad, de aferrarnos a algo que si perdemos nos
liberamos. Y no nos damos cuenta que la superficialidad enceguece y no deja
avizorar grandes oportunidades de horizontes que nos esperan cuando
profundizamos. Profundizar es doloroso y molesta. Pero bucear aveces te hace
encontrar los mejores tesoros. Y lo mejor, es que están adentro nuestro.
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"hacia arriba subes, hacia adentro te elevas" J. Olguín