Los Juegos Del Hambre




El viaje es muy largo. Parada en Baradero, en una estación de servicio. Era un día lluvioso, esa lluvia finita que nos impone un rostro plagado de pecas y ojos achinados. Hay un señora mayor que me mira como intuyendo que, por mis gestos carentes de rutina, no soy de ese lugar. Sólo soy un viajero más.
A 130 km de Santa Fe, el espíritu se regocija de la voz de Freddie Mercury y de comentarios acerca de la magra y brillante vida artística que tuvo ese cantante. Llega el almuerzo. En ese momento, sigo sonando Queen. Y pienso en la relatividad de lo inconveniente que es idolatrar a alguien. Pero ese tipo logra lo absouto. Aunque mucho inglés no entendía, logro captar algunas frases en inglés que las puedo traducir al espíritu, una música que te inunda las fibras hasta ponerte la piel de gallina. La sangre me llega al cerebro, por momentos, y ordena el golpeteo de mis manos sobre las rodillas.
¿Qué tiene la música que logra provocarnos eso? No sé. En realidad, se, pero eso es todo un tema que ese día, en un viaje, intentaba olvidar. No es un olvido casual. Es voluntario e inútil, como todo olvido voluntario acerca de algo que no nos podemos arrancar, como la belleza que fluye del arte: la música, la danza, la pintura, el cine. Nada se olvida completamente. Todo queda archivado en la memoria.
Bueno, más tarde contaré acerca de este sinuoso viaje a la provincia que lleva el nombre que significa Hermosa. Formosa se inauguró un 8 de abril como provincia, tal como se inauguró mi vida, en 1979. Eran las 11.20 de la mañana.
A las 14.26 estaba escuachando Andrés Calamaro, como ahora, transcribiendo este manuscrito recuerdo de viaje. Calamaro me hace acordar a lo que realmente quería olvidar. Suena Negrita, un tema que esta en el disco Honestidad Brutal. No lo quiero escuchar. Me abraza la melancolía.
El viaje sigue. Como la vida misma, abandonando estaciones, ciclos de la vida. Aun teniendo la costumbre de aferrarnos a lo efímero del viaje. Tranquilo, caigo lentamente en el recuerdo. El día de la mujer mundial canta Andrés. La escritura me va alejando del velo de la nostalgia. Me descubre.
6.27 de la tarde. Pasó mucha ruta bajo el auto. En media hora, estamos en Formosa. La capital. La diferencia social se hace carne en los retratos como cuadros mostrados a los costados de la ruta. Norte, sur y centro de la Argentina, esa que quiso fundar una nación en 1853 y dejarlo escrito en la Constitución Nacional, de carácter federal.
Año 2000. Me acuerdo de la frase que dice que dios está en todos lados pero atiende en Capital Federal.
A dos días de haber estado en Formosa, una simple recorrida revela el aprecio que tiene la gente por su país, considerada su patria y su aferro a la cruz de la religión. Con un dejo de desesperación en sus rostros, a falta de recursos materiales para sobrevivir a la vida misma, parece que aferrarse a esa creencia espiritual, los va a salvar del hambre.
El mercado paraguayo, en un eterno puesto de carnaval, predominan la escena formoseña. Gente que trata de sobrevivir vendiendo cuanto puede.  Para poder darle la leche a sus hijos. No es necesario hacer un tan largo viaje para notar la miseria. Con sólo mirar alrededor del ferrocarril, se puede ver la pobreza y la desesperación que aflora de las caras de nuestros conciudadanos. No hay mejor ciego que el que no quiere ver.
Algunos ranchos se traducen en puestos de carnicería con pedazo de res colgados en la fachada de casas de adobe y paja. La manifestación salvaje de lo cruel que puede llegar a ser la comida de un sistema económico.
La vuelta desde Formosa hacia el despacho de dios me hace pensar que aveces uno piensa más en lo que le pasa a uno, más de lo que realmente debería. Producto de un arraigado individualismo que forma parte de las reglas del juego, cuyas reglas ya estaban dictadas y que nadie nos preguntó si queríamos jugar. Un juego en el cual la regla principal es aniquilar al enemigo que se opone a nuestros intereses, en una lucha encarnizada contra el prójimo, diría la Biblia.
Formosa derivó en el individualismo. Sigo el lazo que los une y me remito a cualquier lugar del mapa donde reinen estas reglas de juego. Un juego que responde a un sistema que fomenta el odio entre la gente. Competir, metas, objetivos, progresar al precio de…cualquier precio.
Ahora bien. Si esas son las reglas de juego del progreso, ¿qué posibilidades de progreso tiene una persona cuyos hijos tienen que salir a vender monos o pajaritos enjaulados a la ruta? ¿qué posiblidades de progreso le cabe a la mamá de esos niños que se tiene que prostituir para darles de comer y cuyos clientes son los reproductores de este juego?
Pregunta larga. Como la esperanza de esta gente. Así de larga se les hace a ellos. Cuando no mueren en el medio. Buscando vivir. Sobrevivir. ¿Se explica el odio, el resentimiento de clase, la inseguridad? ¿Se explica que entren a la casa de los que sí tienen las posibilidades y los medios y saqueen lo que lograron con su esfuerzo, sí, es indiscutible? ¿Pero el esfuerzo no tendría que partir del mismo medio y de las mismas posibilidades?
Esto genera enfrentamiento entre clases. Sí, el abc del marxismo. Discurso viejo. Pero real. La Argentina Federal está muy lejos del marxismo. ¿Pero se puede hacer algo desde la democracia, que construye las reglas del juego político en virtud de las leyes de la estructura económica con más o menos intervención del estado? Es importante que el estado intervenga en la economía, por supuesto, regulando los desastres que genera un sistema que se alimenta de la exclusión. Ahora, no hay contrapeso cuando sólo gobierna el mercado con la connivencia de un estado ausente y bobo.
Fin del viaje. Una experiencia dura. He confirmado algunas convicciones que tenía anteriormente.  Hemos dejado atrás 280 mil formoseños que viven como pueden, en una sociedad profundamente dividida por una brecha entre ricos y pobres, valiéndose de un sistema moderno semifeudal de exclusión al aborigen y de inclusión de los que ya vienen incluidos y con cuna de oro. “Que la tortilla se vuelva…”, vuelvo cantando.

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