Vida a la muerte


Cuando muere alguien muy cercano,  o alguien cuya existencia nos llenaba de gozos y alegrías, o alguien que nos arrancaba una sonrisa en medio de una inmensa tristeza. Esa cara sonriente plagada de lágrimas que se transforman de tristezas en lágrimas de llanto, pero de risa. Y cae la noche ante esa muerte inminente, inesperada, se hace sin querer un homenaje, a ese muerto, que pasó a mejor vida, y nos deja en esta a quienes no queríamos que cesara su existencia.
Se va un grande, dicen todos. Un grande que se reía de sus miserias y las compartía con quienes reían con él. No de él.  Un tipo que hacía gala de las contradicciones de las apariencias y sus contrastes. Un grande que se reía de las pequeñeces de la mentalidad de algunos, a quienes tomaba con humor y con amor. ¿por qué no? Porque no podía odiar una persona de esa grandeza espiritual.
Esas personas que nos iluminan cada mañana con sólo pensarlas. Esas mañanas oscurecidas por la rutina diaria y miserable.  Que nos empobrece el espíritu. La informalidad de la vida, en patas. Sencillez y espontaneidad. Sabiduría. Mucha.
Desde la caja boba, se vislumbra lo único pensante. Su ser ahí presente. Reivindicaba el humor.
Cuando dejó de existir, no paraban los mensajes en las redes sociales. No lo puedo creer, decían. No me vas a decir…eran las respuestas sin respiración. Las automáticas corridas a la tv y corroborar lo imposible. Lo inesperado. El sollozo inevitable  ante el peso de la ausencia de un grande en envase chico.
Si, murió. Son los momentos en que deseamos que muera la muerte. Las mañanas volvieron a ser formales.
Nos llega a todos. Ya sé. No es consuelo frente al desconsuelo de perder a un gigante. No es una muerte cualquiera. Es una muerte con vida. Por su legado. Honestidad frente a la ambiciosa sociedad, anhelante de su risa. Ambición de creer en la venganza contra la muerte.  De que vuelva a reportarnos. De burlarse del final, de no verlo, de que los capítulos continúan eternamente. O que se puede volver a empezar.
¿Podremos empezar lo que un día terminó? ¿Nos podríamos burlar del final inminente y desesperado? ¿Podremos agregarle capítulos a un libro que se cerró? Quizás con la vida del recuerdo, pero ni siquiera eso nos consuela.
La única certeza que nos deja esta incertidumbre es que hay un final para burlar. La memoria es una herramienta sagaz que aveces queda perdida en el olvido. Los finales que nos auguran que no muere lo que permanentemente nace. Los que nos revelan que esto no termina acá. Que están entre nosotros, pensados, sentidos, recordados. Por todos aquellos como él que nos sacaron arrancaron una sonrisa en medio de la muerte y en plena luz, al final de este viaje.
Escrito el 14/3/2008. Dos días después de la muerte de Jorge Guinzburg.

“Hoy falta el sentido del humor. Hay mucha susceptibilidad…Si empezas a tener cuidado en lo que decís en el humor…perdes el humor”, dijo su hija Malena ayer en un reportaje.

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