Nunca más pudo decírselo
Casi nada más había entre ellos dos. Dos miradas cómplices
que se buscaban para decirse adiós. Porque era una de las últimas veces que se
iban a ver. Porque el destino los separaba de por vida. Pero ellos no lo
sabían.
El sube al auto sin preocuparse demasiado por lo que vendrá.
Preocupaciones, obligaciones, más dudas acerca de la muerte de esa rutinaria
vida. Y más camino por recorrer en ese infeliz viaje de desasosiego.
Ella seguía en lo suyo. Compras. Ceño fruncido concentrada
en lo que jamás iba a lograr. Un infeliz viaje hacia la nada misma, porque allí
habitaba su felicidad, en la nada misma que hacía que esa felicidad se esfumara
ante la primer desilusión.
Suyos eran los caminos. Pero de nadie más. Suyos eran los destinos,
cada uno por su lado iba por el suyo en busca de no sé qué.
Un tremendo círculo vicioso los mareaba cada vez más en una
nebulosa que convergía en intoxicaciones adictivas como el cigarro y el alcohol
de alguna noche perdida que buscaban como viaje de ida.
Hasta que un día llegó ese día. Un llamado telefónico a las
3 de la madrugada de un lunes. No atendió nadie. Otro llamado telefónico y
tampoco. Lo tenía en silencio para poder descansar aunque sea una noche. Pero
ni así. La refulgente luz de la pantalla del celular ilumino su retina
entreabierta y el iris de sus pupilas se achicó cada vez más hasta que dio foco
en su mesa de luz que sostenía ese aparato que no nos deja descansar nunca.
Tantea con una mano y le erra. Agarra el control remoto del televisor.
Prueba otra vez focalizando mejor como podía a esa hora. Levanta las cejas con
los ojos chinos alcanza a ver 8 llamadas perdidas del celular de su madre.
No la quiere llamar porque era muy tarde. Pero finalmente se
decide y atraviesa esa duda. Los sollozos del otro lado de la línea eran
indisimulables. Automáticamente pensó en la última vez que lo vio. No le pudo
decir que lo amaba. Ya era tarde. Nunca más pudo decírselo.
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