Locati, Barreda, Monzón y Cordera también, matan por amor.
Estuvo con otro tipo, se dijo para sus adentros. Ese sería
el fin. Lo dijo una mirada suya de indiferencia. Quizás lo provocó por el miedo
a que ocurra. Ojalá que no. Porque sería el fin de verdad. El final de una
vida.
Sería feísimo seguir trabajando. Salir y verla irse con
otro. Como se iba con él. Suena horrible pensarlo. Peor sonaría vivirlo. Un acorde
totalmente fuera de pentagrama. Disonante. Sobresaliente del resto. En un
primer plano gris. El mundo se vendría abajo con él observando esa escena. La única
intacta.
Una vez le había dicho que no podría mirarlo a la cara si
aquello ocurría. El miedo era una persistencia que excedía aquella frase tirada
bienestar mediante. Sus amigas la querían ver bien. Entonces no lo
recomendaban. Al contrario, le recomendaban una vida más light. Como la de la
tele. Actitudes cuasiingenuas que calientan a un cazador de oportunidades.
Dolor, dolor, dolor. Pecho clavado en daga profunda
internada hasta que atraviesa la espalda. Imposible de extirpar semejante
hierro hirviendo chorreando sangre y lodo. Infección de un amor que no está
más. Porque la muerte se encargó de meter la pata y la daga. Y la guadaña. Y su
sombra se llevó lo más preciado que él tenía. No la vio más.
Hoy está sentado con su foto. La amaba. La ama. Un crimen
dijo que hoy siente menos dolor. Mentira. El dolor se profundizó. Tanto tanto
que no puede dejar de balbucear su nombre tras las rejas con la mirada en la
foto. Una cama fue el puntapié inicial del péndulo que le dio fin a su vida. Una
sábana blanca, impecable, tiñó de negro sus ojos, que vieron ese color cuando
se animó a saltar de aquella cama en la que nunca durmió y no va a dormir
jamás. Porque se durmió para siempre. Sosegando el dolor. Esta vez sí.
Ella nunca había engañado a nadie. El tampoco. Ni siquiera a
sí mismo.
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