Corazón descerebrado
Se sienta a escribir teniendo un mundo para poner. Le sale
tierra del teclado. Las teclas son cada vez más duras por la parálisis mental
que sufrió hace poco. Nadie se la diagnosticó pero la vive en carne propia en
su ser todos los días paralizado por los problemas que aquejan permanentemente
su vida y que no puede resolver. Como si todo tuviera solución.
Descarta la tela que cubre el teclado de su notebook y
empieza a deslizar una serie de cosas que había detrás del taparrollos de su
cabeza. Tira del hilo y lentamente va desovillando el matete dedo a dedo, mano
a mano, letra a letra para desvanecer toda la angustia que lleva inserta en sí,
por todos aquellos años de dolor infligido nada más que contra sí mismo, sin la
culpa de nadie. Era el momento de hacerse cargo de uno y empezar a sacar la
empañadura que ostentaba ese tan molesto espejo después de bañarse. No se podía
ver ni siquiera en el reflejo. Ya le daba asco su vida. No se quería ver más.
Ese día en que desempolvó el teclado empezó a fluir todo otra
vez. Cual si fuera una catarata de sonidos de letras con forma plástica de
teclado que aburría de sonar tan pero tan desfasada en cuanto al ritmo de una
canción. No así su corazón que también desfasado en cuanto al ritmo, le iba
dictando su parecer acerca de la vida y le decía a la cabeza que se calle de
una vez, que le tocaba a él hablar, poniéndose de pie y mirando desafiante para
arriba a un cerebro con cara de malo y pensantemente retorcido, crítico
racional y metedor de obstáculos ante cualquier “corazonada”, como irónicamente
llamada a su compañero de cuerpo que se encontraba justo en el pecho que sacaba
para afuera ante cualquier situación de desafío.
Sin embargo, últimamente los desafíos eran gigantes y el
corazón más pequeño. Pedía ayuda a los pulmones para patear el pecho para
afuera y engendrar en ese cuerpo la actitud de desafío. Pero no era posible.
Los pulmones estaban cansados porque aspiraban nicotina todo el día y el humo
que vivían les impedían ver con claridad donde estaba el pecho. Y aveces se
contraían de dolor ante la inminencia de algún respiro profundo.
La cuestión es que la cosa empezó a andar cuando hace consiente
que escribió un montón de palabras sin darse cuenta. Y sintió alivio. Aunque
sea por un rato empezó a sentir cómo el corazón la cabeza y el pecho empezaban
a fluir de otra manera.
Y sintió un suspiro. Y volvió a vivir. Aunque sea por un
ratito más. Ahí supo lo sanadora que puede llegar a ser la escritura, como
cualquier especie de arte.
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