Jesús parte hacia el infierno




Dando vueltas por alrededor de una casa vacía, entro en contacto con el ambiente, la soledad, la inquietud, la quietud de la lectura y el reposo humano del silencio, sin música, paradójicamente.
Ahora suena algo: la negra Sosa. Sueño con Serpientes. “La mato y aparece una mayor”, la regeneración infinita de ella. Ella hoy se llama soledad.
Entre sus abrazos que veía con malos ojos, me hago amigo de ella. La invito a tomar un vino enjuagándome las lágrimas. Miro la carpeta púrpura del eskritor que pide salir, asomando un par de manuscritos que se iban escribiendo sólos en mis momentos solos, de una soledad con gente.
Hay uno en el cual una vuelta me puse a contestarle inútilmente al Libro de la Nueva Alianza, se llamaba. La biblia. La constitución del catolicismo. El libro sagrado, como le llaman. Qué idiotez discutir desde el posmodernismo con algo de la antigüedad. Es como querer discutir con Sócrates, con Platón o con Aristóteles. Podes poner en cuestión algunas ideas. Pero estaba tan enojado con la vida que me encantaba discutir. Y poner en cuestión lo que decía el otro. Y lo incomodaba. Y me quedaba muy solo. Por lo que parecía un perro con rabia aislado en el fondo de la cucha que de vez en cuando se lo visita por lástima. O porque se sentía mal si nadie se le acercaba pero con la contradicción de que a quien se acercaba los cagaba a mordiscones en forma de antítesis dialectal.
Esto decía este idiota manuscrito que traigo entre manos: esbozos de una discusión infeliz de un tipo que se aburría. El libro de la nueva alianza. Y pensaba en qué pensaría Jesucristo. Cómo se veía realmente ese tipo azotado y vilmente castigado. Y me inventé esta imagen. Como que el mismo se decía, pensando un día frente al monte Sinaí. “¿Qué hago acá?. ¿Para qué vine? ¿Quién me trajo si yo no quería venir? ¿Y toda esta gente que me sigue siendo que lo único que hago es amarlos? Después de todo, ¿a que venimos si no a dar un mensaje de amor en medio de este infierno? ¿Por dónde andará mi amigo Judas? ¡Cómo lo extraño! ¡Qué sólo me siento! ¿Y esta chica que conocí? Que hermosa que es. No me la puedo sacar de la cabeza después de la noche hermosa que pasamos. ¿Dónde andarán todos? Cuánta soledad, loco.”
Se miró en el espejo del lago. Barbudo, sucio, con la piel curtida por el dolor de existir. Y sin saber por qué. Tan huérfano de padre y una madre que se la pasaba llorando porque le achacaban el mal comportamiento de su hijo y la amenazaban con que no lo iba a ver más.
La revolución se hacía carne en la antigüedad. No era invento de Marx ni de su Manifiesto Comunista. Una noble y oscura aparición desaparece de repente. Cristo levanta la vista de ojos marrones y piel morena. Tan distinta del ario que quiere mostrar la institución que tan lejanamente lo representa hasta en el más ínfimo detalle. Con un barba parecida a la del Che, con 33 años, los últimos de su vida.
Le susurran al oído. Se asusta y se vuelta. Se levanta con miedo. El que tiene culo tiene miedo, decía el dicho. Hasta cristo lo tenía. El miedo. El culo también. La cuestión es que mira fijamente a los ojos del diablo. Frunce el ceño. La primera vez que lo hacía. Para fijar la vista. Del otro lado, una mirada de ángel. Y una voz tan sensual y seductora que le decía, gravemente: “¡Ay Jesucito, Jesucito! ¿En qué pensas querido mío?”
-¿Qué te importa? ¿Quién sos vos?, decía con una ira que invadió el ambiente cual pecado capital en un complemento entre la bondad y la maldad maniquea.
El buen diablo entendió que se había asustado de su repentina aparición y le perdonó su exabrupto. Le dijo: “¿Qué viniste a hacer a este maldito mundo? Esto no es para vos, mi querido. Te van a matar. Te van crucificar. Hay que ser muy malo para sobrevivir en este mundo hostil donde los hombres se sacan los ojos por un cacho de pan”.
Jesús lo miraba con rabia y asombro y le contestó: “Mira. Yo tengo esperanzas de que el ser humano se ame. Que se amen los unos con los otros. Por eso vengo a dejar ese mensaje de amor. Y para que no se peleen por esa problemática del hambre entre los hombres voy a multiplicar los panes y los peces para que no haya conflictos entre unos y otros”.
El diablo lo miró con la mirada enternecida. La primera vez que al tipo que pintan de rojo se le había enternecido la mirada. Era duro, pero jamás perdía la ternura de su pasado querubín. La leyenda cuenta que era un ángel más de dios. Pero era el ángel cuestionador de la autoridad de dios. Y dios ya lo tenía montado en un huevo. Porque era muy curioso. Y cada orden le daba le preguntaba por qué.  Y dios, ni lento ni perezoso, lo excomulgó del cielo, porque ¿cómo se atreve a desafiar a un dios? Entonces, como le cuestionaba la autoridad en el cielo, donde todo era aire, liviandad espiritual y oxígeno, lo envió al calabozo de la tierra, llamado infierno. El ángel, que era un querubín como todos los demás, primero se prendió fuego en el infierno. Sufrió muchísimo. Las quemaduras eran enormes. Pensó que se moría. Estaba solo. Nadie lo auxiliaba. La carne se le ponía roja. Le salían unas cosas de la cabeza, que se llamaban cuernos, que le dolían porque para que salgan se le abrió el cráneo. Los cuernos significaban la traición por discutir verdades reveladas. Las plumas de las alas se le incendiaban pero pudo apagarlas, arrastrando su espalda por el suelo, que nunca  había conocido. Logra pararse. Se mira los pies y tenía patas de cabra. Y pensó que tenía una pierna más. Pero era una cola larga y puntiaguda. Aun podía volar, a duras penas. La piel se le iba curtiendo y se iba poniendo cada vez más negra. Por eso lo llamaron el ángel negro. Un rojo negruzco tenía su epidermis. Se sintió libre. Mal, por el dolor que le provocó aquella libertad, pero libre.
Volviendo a su pasado, otra vez logró enternecer la mirada con ese joven que quería brindar amor a la humanidad. “Yo te puedo ayudar”, le dijo al fin.
-¿En serio?- le dijo Cristo.
-Sí. Yo soy el diablo. Mucho gusto.-Y se estrechan la mano. Era un saludo sincero. De los que nunca había dado el diablo. De los que nunca había sentido Cristo, porque en su angustia existencial, creyó que todo el mundo le mentía, menos su amigo Judas, menos su amada Magdalena, las únicas dos personas en las que confiaba religiosamente.
-Mira, Jesucito. El mundo es bastante jodido para lo ue vos pretendes. Los hombres no se aman. Al contrario, se odian muchísimo. Se matan entre sí. La violencia es la partera de la historia. Acordate que alguien va a usar esa frase más adelante. Pero no vas a vivir para verlo. Porque este año te van a matar. Y yo te quiero salvar. Porque sos una gran persona. Te aprecio por tu bondad y tus excelentes intenciones humanas. Difícil de encontrar en este mundo hostil.  
-¿Le parece señor diablo?
-Tuteame hermano. Lo único que te pido es me confieses tu alma. Para salvarte.-le decía el diablo sin intención de aprovecharse de él. Y con la más absoluta sinceridad.
-¿Y cómo hago?
-Habla con tu padre. Decile que me saque de este infierno que me hace sufrir tanto.
-¿Quién es mi padre? ¿Vos lo sabes?
-Tu padre es dios. Y sos el único que tiene la posibilidad de hablar con él.
-No. Es imposible. Porque yo también estoy viviendo un infierno. Una vez grité para encontrarlo. Le supliqué que se aparezca y no apareció.
-¿Viste que no soy yo el jodido acá? El tipo que tiene todos los poderes para hacerlo nos ignora. Tanto a vos como a mí.
-Pero la gente, sin embargo, le ofrece cosas, plegarias, hay matanzas entre los seres humanos por él.
-Y si es tan bueno, ¿por qué deja que los hombres se maten entre sí por él?
-No lo sé. Es lo que estaba pensando cuando apareciste. Y no encuentro repuestas. Y la incertidumbre me hace vivir en un infierno.
-Todos tenemos un infierno en la cabeza, amigo.
Jesús lo miró extrañado, por la palabra que nadie le había dicho. El diablo ya lo consideraba un amigo. Porque se habían confesado angustias, miedos, incertidumbres. Habían compartido infiernos.
Se quedaron un rato en silencio. El diablo lo mira. Y Jesús estaba llorando. Entonces atina a abrazarlo. Se abrazan. Ambos angustiados. Hermanos en desgracia. Los dos veían su final. Se hacía de noche ya. Se levantan. Y Jesús le agradece su presencia, su aparición. El diablo le dice que no se preocupe.
-Me voy porque tengo una cena con los discípulos.
-La última-le dice el diablo.-
-¿Cómo?
-Nada, nada.-Disfruta de esta cena como si fuese la última. Toma mucho vino. Si es posible emborráchate y anda a ver a la mujer que tanto amas. Que ella también te espera. Y también te ama. Chau amigo. Te aprecio mucho.
Se dan un último abrazo. Y Jesús parte hacia la muerte, hacia el infierno en la tierra. El Diablo ya lo sabía. Lo sabía más por viejo que por diablo.   
Bueno. El bardo posterior es archiconocido. Cuando Jesús muere crucificado dejó una herencia. Años de silencio y persecución construyeron una horrible mundo de matanzas. Mientras yacía en la cruz pensaba: “yo quería dejar un mensaje de hermandad. Me salió todo mal.  Guerras, muertes, persecuciones en mi nombre, chicos desnutridos por todo el mundo, con la riqueza que tiene. ¿A nadie se le ocurre repartir panes y peces siguiendo mi ejemplo? El mundo en pedazos, gente desesperada por la violencia. Miles de personas lejos de la conciencia del prójimo.  Mi herencia está lejos de esa institución que dice representarme. No entendieron el mensaje. O no  lo quisieron entender. Lo único que nos salva es el amor”. 


-Ya lo creo, hermano, ya lo creo.-decía el diablo, que veía a Jesús agonizar en la cruz, mientras que sus ojos vertían las primeras y últimas lágrimas que veían rodar sus mejillas.
-Perdónalos, padre, no saben lo que hacen-balbuceaba un Cristo agonizante.
-Sí saben, Jesucito, lo saben hacer muy bien.-pensó el diablo de su más ardiente interior.

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