Una vida muy ordenada
Una casa ordenada*Libros no leídos pero exhibidos*Una madre atenta* Un hijo que sufre las contradicciones del ser humano, pero que siente culpa por ello* Un partido político proscripto por manifestaciones filonazis
La casa de Silvio estaba muy ordenada y limpia. Él,
igualmente, se disculpa con el cronista por el bolonqui que tenía. Inseguro y
nervioso en su proceder.
Su madre trae tostadas y café con leche humeante. Luego de
besarla, comienza el relato de su modo de vivir, de la búsqueda de la
perfección, de la mujer ideal, de Juan Manuel de Rosas, su ídolo al que le
dedicó un retrato en un costado de la biblioteca de su pieza.
Está sentado sobre su cama. El acolchado escocés está
prolijamente acomodado. Cada movimiento que hace acomoda la colcha. El dibujo
de la misma es comparado por él con el símbolo de proscripto Partido Nuevo
Orden Social y Patriótico (PNOSP), que ha realizado varios actos en el Parque
Rivadavia, reivindicando al nazismo.
A Silvio se le llenan los ojos de lágrimas. Pero no se
permite llorar. El motivo es que tocó e tema de la separación de sus padres, un
“tema crucial” en su vida. Así lo define. Fue el derrumbe del ideal de familia
perfecta. Se le cayó uno de sus pilares fundamentales: familia, patria y dios.
Le quedó la patria y dios, al que nunca deja de visitar los domingos en una
iglesia del barrio Belgrano, lindante con Saavedra.
La frase que deja deslizar por sus labios expresa que su
familia es de “corte tradicional”, como si fuera una estirpe cortada a cuchillo
en la carnicería donde hacen los hombres superiores. Ello se ve reflejado en
las paredes de la habitación que cuentan un cuadro de la Península de Valdés,
una cruz de madera, fotos con un amigo de descendencia irlandesa, al que admira
mucho su catolicismo y valora por su descendencia rubia; también hay almanaques
que aclaran que las Islas Malvinas son argentinas y un empapelado que alcanza a
la mitad de los cuatro muros que rodean su habitación, fiel compañera de los
desvelos de Silvio, “culpa” de la separación de sus padres.
Los únicos sonidos que se escuchan son los que emite el
silencio. Ese aturdidor en momentos de soledad. Entre frase y frase
interrumpida por un “eso no lo pongas”, dando las características de la nota al
cronista, se escuchaba también la cinta del grabador que corría a la velocidad
de la luz, comparando con el pensamiento de este muchacho y sus baches llenos
de contradicciones.
Le declaró su amor a la literatura, me decía. Y me mostró lo
que leía: un libro viejo, de tapa nueva que parecía sin uso. El autor era
Gustavo Martínez Zuviría, que escribía bajo el seudónimo de Hugo Wast, un
cordobés nacido en 1883 y fallecido en Buenos Aires en 1962, simpatizante del
franquismo español. Era u libro de historia titulado Año X, que habla de la
Revolución de Mayo, caracterizado por defenestrar a Mariano Moreno, abogado y
periodista, secretario de la Primera Junta, que fue enviado en una misión
diplomática y en altamar, envenenado por el propio Cornelio Saavedra, a quien molestaban sus aires jacobinos y
revolucionarios.
Ama el revisionismo histórico. ¿Ama? No lo sé. Lo que sé es
que me resultó un ser indeseable.
eleskritor@yahoo.com.ar
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