Brisas de genuina libertad



Está en Perú, donde todo le cuesta cada vez más. Como el dicho. Son las elecciones a presidente. Los personajes de la democracia lanzan su discurso arreglando todos los problemas en dos segundos. Toda la carne al asador. Se juegan sus familias, cuyos integrantes están tremendamente dolidos y hastiados por las ausencias de los candidatos en sus casas. Y cada vez que está presente suena el teléfono. Gestiones, reuniones, indicaciones. Todo un jefe, menos en casa.
Sin embargo, a él ya no le importa ya perder a su familia, a la que quiere con el alma, pero que no puede luchar contra su pasión, que es la política, una amante muy celosa.
 55, 96 % de las mesas escrutadas. Vibran las casas de los políticos. Las familias pegadas a la caja boba, de donde salieron todas las mentiras propuestas hacia la masa uniforme, que se siente que participa en política porque el domingo fue a votar. Y después almorzaron el asado o las pastas con sus seres queridos y hasta discutieron de la situación que vive el país, algunos en contra, otros a favor del statu quo reinante.
Siempre hay uno que no cree en nada. “Ni siquiera anarquista”, cantaba el Chizzo de La Renga, cuya voz filosa y gastada emanaba de una radio que cada tanto comentaba los resultados de la jornada electoral.

Uno de los candidatos de la derecha se adelantó y quedó en orsai, como dice el futbolero argento. Salió a decir a los medios que repudiará el resultado electoral, ya que con las mesas escrutadas en un 60% se daba cuenta de que estaba perdiendo. No por mucho. Pero se las veía oscura.
Los medios de comunicación apostados en su casa le pedían que salga a dar declaraciones. Finalmente salió de su casa, atravesó la puerta con los hombros del saco caídos, muy disconforme, con los ojos llorosos y tristes, con el rostro pálido de no dormir, revelando la faceta humana de la desazón, la desilusión y de la desconfianza. Aun así, afrontó las cámaras con todo coraje, vestido con saco y corbata, peinado a la gomina Lord Cheseline, para asegurarse bien de la fijación en su cabeza. Declaró: “El proceso electoral es inaceptable. Ha sido tremendamente irregular y contaminado. Algo que nos avergüenza como ciudadanos”. Y agregó: “pero voy a luchar para terminar con el fraude (sus hijos lanzaban sollozos, frente a la tele) y para que esto se realice como corresponde. Nada más. Buenas noches”.
Los periodistas amontonados para rescatar la primicia que le llevaría el morfi a sus casas y le daría de comer y útiles para la escuela de sus chicos, insistían con más preguntas para aclarar semejante falsa oscuridad. Pero intempestivamente, el candidato se sacó los micrófonos de encima con un manotazo y se volvió a su casa, donde lo esperaba el dolor genuino de la gente que lo amaba.
En el interín, ve a un periodista que hace un gesto con el dedo índice en su sien, simbolizando locura del candidato. Se vuelve y le dice: “con gente como usted, el país tendrá una prensa totalmente amarilla y tendenciosa”, y mira al resto de los periodistas, diciéndoles: “con gente maleducada no me gusta tratar”. Y sigue su camino sin mirar nunca más para atrás. Uno de los periodistas grita: “chusma, chusma” y hace el gesto del personaje del Chavo del 8, buscándole un poco de humor a la situación tensa.
Perder implicaba volver a la casa y ver las caras de desazón de su familia, que gastaron todos sus ahorros en algo que no sirvió. Que dejaron de irse a ese viaje tan soñado por su esposa para despejarse de la rutina cotidiana y volverse a encontrar como pareja. Ella lo amaba. Él no sabía.
Nueve de la noche. El candidato cierra la puerta de su casa para no volver a pisar un partido político. La mujer lo esperaba con la cena servida. Su hijo se estaba bañando. Y su hija hablaba por celular con su novio que la consolaba y le decía: “Quedate tranquila. No creo que vuelva a la política después de este batacazo”, le decía quien había votado a la izquierda y tenía una pésima relación con el papá de la “nena”.
La Oficina Electoral de Procesos Electorales (ONPE) del Perú pidió cadena nacional. Y se dio finalmente el escrutinio oficial. La derecha era gobierno y no quería perder el ejecutivo. Obviamente, porque vislumbraban caos. Porque sabía que si la izquierda investigaba, que lo iba a hacer, iban a terminar todos presos. Mucha corrupción. La vista gorda en temas de trata, de falopa, de medicamentos truchos, de relaciones carnales con los Estados Unidos y una aduana en la que hacían agua los controles a las importaciones.
Escrutinio final: ganó la izquierda finalmente. Los festejos callejeros se hacían oír en todo el país. La derecha se quería matar. Pensaron en la canción de la Bersuit, sin ser bersuiteros. Se viene el estallido. Era más una expresión de deseo, que una expresión de roquero.
Imaginaron quitarles el poder por la fuerza. Como el nene caprichoso, dueño de la pelota e impotente, que cuando pierde el partido se lleva el balón como trofeo falso, ante la imposibilidad de ganar la contienda.
El candidato de derecha se sintió un títere de las multinacionales. y dejó de creer en la democracia, de la que se valió para realizar su campaña. Pero vino lo peor...
Las calles de Lima se tiñeron de sangre y violencia cuando se encontraron grupos de izquierda festejando y grupos de derecha tratando de impedir la algarabía popular, que sintieron un cachetazo tan pecaminoso e inmoral en su rostro prolijo.


Al grito de fraude electoral salieron despavoridos a golpear a militantes de izquierda que vivían la jornada con algarabía y acompañados de sus familias. Había niños que no entendían nada. Miraban con mucho temor cómo corría la sangre por las calles de Lima.

El candidato de derecha ordenó inmediatamente a sus compañeros de militancia que la policía contenga sin reprimir la trifulca. Era imposible.
Desobedeciendo toda letra que emane de un protocolo de seguridad, empezaron con gases lacrimógenos, balas de goma y balas de acero. Mataron, algunos violaron a mujeres, aprovechando la situación de acefalía gubernamental, robaron comercios y torturaron. Quienes tenían que velar por el cumplimiento de la ley fueron los primeros en romperla.

El candidato de derecha lloraba desde el sillón de su casa. La situación se les fue de las manos. Y se preguntaba si alguna vez había tenido el control de la misma. La mujer lo consolaba. Sus hijos lloraban y le pedían que por favor no vuelva a meterse nunca más en política.
Los periodistas ya se desintegraban de la reunión. Se dirigían a sus respectivos medios para cerrar la edición del domingo y no volver tan tarde a sus casas. Querían ver a sus hijos, a sus parejas y sentir el amor de la vuelta a casa. 

En la caminata, un periodista le decía a otro: “menos mal que no ganó el represor ese. La derecha ya fue. Me da la sensación que vienen épocas mejores, de inclusión social, de estado de bienestar keynesiano, de poder consumir lo que queramos, de igualdad social. Me parece que vamos por buen camino”. De pronto siente que un policía se le acerca y le dice: “me va a tener que acompañar a la seccional”


-¿Por qué?
-Averiguación de antecedentes
El periodista se ríe de los nervios. Su compañero miraba despavorido. “¿Me está cargando? Dígame que es una joda. Por favor”
-No le falte el respeto a la autoridad-le dice el policía.
-Usted me está faltando el respeto a mí. Soy periodista y tengo derecho a opinar lo que quiera.
En ese momento, el policía lo agarra del brazo ante semejante “actitud libertaria”, y el periodista se suelta y lo apunta con el dedo, bien plantado sobre sus pies le dice: “Déjeme. Se manejarme con  inteligencia y sin el uso de la fuerza. ¿Dónde está su móvil policial? Puedo ir caminando sin que me ponga las manos encima”, le dice el periodista.
-Copiado-le dice el policía.-Venga por acá- Y se lo lleva al móvil apenas apoyándole las manos en su espalda ante la desconfianza de que se le escape la tortuga mal hablada.

La trifulca en las calles ya se había desintegrado también, a costa de excesos policiales. La sangre todavía manchaba el honor ciudadano y al proyecto de democracia, si es que existía. Camiones de hidros limpiando las calles. Basureros que juntaban los residuos del capitalismo y de un orden económico para algunos. 

Sin embargo, ya se olfateaban brisas de genuina libertad y vuelta a la calma en un clima donde las personas se reconocían en otras que sentían lo mismo.


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