Las Calles de Macri
La quietud lleva a registrar momentos. En este caso era una
quietud inquieta. Porque era un cuerpo que permanecía sentado en un colectivo.
Que iba para adelante atravesando las gotas de lluvia que estallaban contra el
parabrisas y que un limpiaparabrisas no les dejaba ni tiempo a que caigan.
Parecía una ciudad que lloraba. Una herida abierta. En las
desiertas calles porteñas, una peluquería que intentaba ponerle onda con un
nombre en su cartel: Énfasis. Como si de cortarse el pelo se tratara el asunto
para impulsarse hacia la felicidad. Al toque se me viene el tema Marcha de la
Bronca a la cabeza: “es mejor tener el pelo libre, que la libertad con
fijador”. Imagino a las peluquerías como un centro foucaulteano de disciplina
social. Y enseguida me digo que estoy exagerando. Enseguida elaboro una
estúpida teoría ampliamente refutable: la gente desprolija es más inteligente.
O piensa mejor. El que es prolijo tiene la mente más estrecha. Por ahí se da.
Quizás no. “Toda generalización me parece fachista”, bromeaba Guinzburg. Se me
viene otra seudoteoría idiota de momento, de aburrido nomás, y ampliamente
refutable: la gente callada y apocada
también es más inteligente que los boludos fluorescentes. Qué se yo . Por ahí
se da, por ahí no.
Una nota en un diario avisaba que la enfermedad del futuro
es la depresión. El futuro parecía ese día. El momento en que se registraba
todo esto. Las caras de la gente. En la calle.
La felicidad y el bienestar era puro cuento. Parecía un televisor roto
que habíamos comprado cuyo vendedor salió corriendo y no lo vimos más.
Automáticamente abstraigo hacia el sistema. Es insoslayable. Pesado, trillado,
pero inevitable. Y real.
Donde estás felicidad. Donde está el contraste de la
infelicidad de esta gente. Dónde su contracara. Quién se hace feliz con esto. A
quien alimenta la desgracia ajena. Por qué una persona vive tirada en la
vereda. No es una metáfora. Vive tirada en la calle. Y la policía de esa
ciudad…los viene a hundir más de un palazo en la cabeza. A dónde más los
quieren hundir? Si. La metropolitana. La policía que inventó la persona que se
llevó un 34,33% de los votos en las últimas elecciones presidenciales.
La gente pasa por al lado. Mira la situación y no reacciona.
Es lunes. Me pregunto si la falta de reacción obedece al adormecimiento que
provoca el fin de semana. O la rutina diaria, semanal, mensual, anual. Rutina.
Son tan rutinarios hasta para dejar de reaccionar hasta el más hecho bochornoso
como el pegarle a una persona indefensa, en situación de calle. Todo a expensasa
de las consecuencias que provoca mirar y no ver. Como ciegos, la rutina
obnubila las conciencias con distractores: toda especie de tecnologías que
entretienen mientras la vida transcurre. La falta de mirarnos y vernos, mirarse
y verse, sin la necesidad de hacerlo reflejado en una pantalla o en la
alimentación del ego llamado Facebook. Pero la rutina es productiva. Ciega de
dagas en el pecho, fuga de angustias existenciales, vilezas entrenadas en pos
del bienestar personal, palabra importantísima en este juego. Personal.
La actividad tapujo de angustias y remedio al estatismo que
provoca la desidia y que enferma y desespera a su vez dando aliento al
pensamiento. Pensar. Para qué. Depresión, enfermedad del futuro, que es ayer.
Psicólogos. Ordenando las cabezas de los desfasados que no se supieron adaptar.
Entonces en esa quietud, la dinámica real nos da un
cachetazo. Eso que vemos también es real, y dinámica. El dinamismo con que las
fuerzas de seguridad le pegan a un tipo porque…no sé.
Hoy hace 5 años que murió un tipo que quiso evitar todo esto
y que nos vino a proponer un sueño. Que vino a proponer que le pongamos fin a
una situación de indignidad en el que el país se veía inmerso. Que volvamos a
creer en la cultura. Que volvamos a creer. Que volvamos a pensar tras un manto
de solidaridad con los que padecen la violencia del hambre, de la exclusión
social, la ignorancia y la desidia política. Que nos invitó a participar de la
política, de la que se volvió a hablar en las reuniones. Que hacía falta la
discusión y el debate político. La participación ciudadana de la que se
alimenta la democracia.
Aún hoy sigue latente. Sigue en la militancia de los pibes.
Que no pensaban que iban a poder participar de la construcción de un país.
Gente que cree en el proyecto desde el corazón, no desde un recibo de sueldo,
como creen muchos que enmierdan cualquier atisbo de construcción, que soplan la
carta de apoyo en el castillo de naipes, los faltos de aspiraciones, los 34,33
% que no entendieron cómo venía la mano y que se olvidaron de cómo fue.
No sabemos cuál va a ser el resultado del 22 de noviembre
famoso. Día de la música. Espero que las orquestas suenen a favor de un día
como hoy. Haciéndole el mejor homenaje a este ser humano que perdió la vida
tratando de concretar un sueño. Y que no desentonen con el modelo de país que
se está llevando a cabo hoy en día. Que no desentone porque cada uno tocó lo
que quiso el mercado y no el estado. Y que no desentone la melodía que viene
sonando desde el 2003, un país incendiado que resurgió de sus propias cenizas,
cual ave fénix, cual pueblo argentino, que, espero, no me decepcione justamente
el día de la música, y, que además del DNI, lleve la memoria a votar, diría
Mafalda.
Me bajo del bondi. Miro alrededor. Las gotas de lluvia en la
cara no las siento. Porque estoy pensando en otra cosa. En que no se generalice
la política neoliberal otra vez. Desempleo, gente en la calle, hambruna,
miseria, violencia, como la del agente de la policía metropolitana que le
pagaba a una persona en situación de calle, en las calles de Macri.
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