Los dioses ensañados con el hombre
Si algo he de ver en una carpeta de recuerdos, trato de
sacarlos y vislumbrar en una hoja en blanco aquello que me recuerda. Un papel
con anotaciones. Lugares turísticos de playas a conocer y conocidas.
Concretadas finamente. Pinamar, Mar del Plata, San Bernardo, Mar del Tuyú,
Santa Teresita “Estancia El Carmen”. Y el título abajo: averiguaciones sobre
vacaciones del 2006. Febrero. Decididos finalmente sobre la última. Anotaciones
de números de teléfonos. Direcciones. Y los pormenores. Parcela. Carpa 4.
Colchón inflable. Luz parcela. Todas tienen luz. Cabañas. Parcela por día. 26
pesos. Año 2006.
Cuánto preparativo, cuanta cosa se pone en juego cuando uno
programa las vacaciones. Divertimentos, pasatiempos, salidas nocturnas,
comidas. Es una movida que tiene como característica principal irse. Cortar. La
interrupción del todos los días y vivir algo diferente. Pero qué estúpido se
pone el ser humano cuando se va de vacaciones. Por momentos, me da la sensación
que hace cosas que salen de su condición de hombre cauto, moderado. Parece que
quiere morir en vacaciones. Y algunos lo hacen. Se quedan en la mar. Para
siempre. Negligentemente le rinden culto a Poseidón. Sacrificando su cuerpo. Se
meten lo más lejos que pueden al mar. Parece que desean hacerle un guiño a la
parca, que disfruta su próxima presa que se acerca brazada tras brazada
alejándose cada vez más del borde y haciéndole caso omiso al señor del silbato,
el metro sexual de turno que con largavistas se indigna del salame que se está
yendo de su visual.
No. No puede más. En un momento dado, sus brazadas ya no
recocen su cuerpo. Porque no es él quien lo mueve sino el propio mar, que forma
parte de inmenso océano, manejado por Poseidón, que bate las olas, según la
mitología griega antigua. Y no. No se puede mover más porque su cuerpo está
seriamente atravesado por el tridente de Poseidón. Y la parca que al lado se
ríe, poniendo los dientes de arriba sobre los labios de abajo y diciendo: “no
aprenden más. La especie humana es muy fácil de descifrar. Son como pájaros a
los que le encantan estrellarse contra lo que nunca pueden atravesar”, le dice
a Poseidón, al que ya se le marcaban los músculos sosteniendo el tridente con
una mano y con la otra se acariciaba la barba y se divertía porque había
pescado otro hombre que se había burlado de él y que lo había desafiado
ninguneándolo, queriendo atravesarlo y pensando que el hombre era superior a
los dioses. Las risas de ambos dioses, de la parca y de Poseidón contrastaban
el paisaje con el llanto desesperado de los otros hombres que buscaban al
desafiante y de los hombres del silbato que salieron a buscarlo, en vano,
porque nunca más lo encontrarían. Porque ya estaba perdido entre la muchedumbre
de los peces, que se habían encargado de desvestirlo de su piel y dejarle
solamente su espíritu que ya había ascendido y que miraba todo desde arriba
diciendo: “¿para qué desafiar a la inmensidad? ¿Por qué desconfiar de los
dioses? ¿por qué del espíritu? Ahora aprendí, tarde, pero aprendí que el hombre
es el único animal que se ahoga varias veces con el mismo océano”. La Parca y
Poseidón reían entre lágrimas y brindaron por la nueva caza. La
gente no podía creer la injusticia que albergaba en el vientre de los dioses,
tan venerados por ellos. No podían creer que estén tan ensañados con el ser
humano.
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