Bolívar: la astucia de la razón
Hijo de una elite criolla, los mantuanos, Simón Pedro. En
esta piedra edificarás tu iglesia. Una compañía que comerciaba esclavos era una
cachetada en el pequeño rostro de un Simón que ya aborrecía la explotación.
Criado con un pecho cubano, el destino firmaba su ironía. De
pequeño lo querían encauzar en la toma de los hábitos que significan la
religión. Siempre tuvo personalidad. Se dedicó a la maestranza. La docencia fue
parte suya en una escuela pública.
El Emilio de un tal Rousseau fue forjando una personalidad
fuerte, con las convicciones bien claras. Con decisiones fielmente tomadas a la
claridad de sus convicciones. Sin la necesidad de que alguna autoridad le diga
lo que tenga que pensar, ni le gobierne un corazón forjado a base de justicia
ante la escandalización de cualquier injusticia cometida contra el débil y el
sufrido.
Los aires de revolución se transformaban en vendavales, en
tornados, que se encontraban con otros del sur, augurando una unidad
continental que iba a ser historia.
Un incipiente libertador que pensaba que las escuelas se
tenían que abrir al pueblo. Que el poder se desestabilizaba cuando había una
base culta y sabia. Que ya no necesite quien la gobierne. Porque detenta tanta
inteligencia que puede gobernarse por sí misma., mientras los administradores
del poder tienen la sabiduría de esas masas, a las que prefieren incultas,
ignorantes y brutas, dependiente de ese estado de cosas o lo que se llama Statu
quo vigente reproductor de las mayores desigualdades de las que se alimenta.
Los beneficiarios de los detentadores del poder económico, y por ende,
político, social, cultural.
Ante tanta represión
porque no fluya la educación, surgen pequeños focos iluminados que hacen
consciente esta situación. Y emerge un fuego revolucionario de abajo hacia
arriba. Como todo lo reprimido, tiende a salir. A manifestarse en sus diversas
máscaras. No sólo como la primera forma
en que fue reprimido sino en una tensión
de opuestos que desembocan en una síntesis y que hace mella en el inicio de la
astucia de la razón. La razón fría y objetiva con una astucia que requiere de
sangre, sudor y lágrimas. Hegel es el inventor de este concepto fiel a su
estilo de enfrentar términos antitéticos.
Simón Rodríguez, homónimo de Bolívar, fue quien lo inició en
el arte de las letras. Cuando muere dice de forma estremecedora para la
historia: “quise hacer de la tierra un paraíso para ustedes; lo hice un
infierno para mí”. Y ese ejemplo, de ese maestro, se grabó a fuego en la cabeza
de este futuro libertador, en el que basó su política posteriormente, y en el
siglo XXI, Hugo Chávez.
Luego de haberse sublevado contra las reticencias del poder
a realizar y construir un pueblo digno, sabio y, por ende, libre,.
Simón jugaba a la raqueta a pegarle a una corona de Fernando
VI. Otra jugarreta del destino que después dejó de ser un juego.
Su vida amorosa duró poco. Su amor era otro. Realizó
artimañas para conquistar el corazón de una joven. La hija de un marqués
español a quien enfrentó diciéndole que quería casarse con ella. Era directo
con sus palabras. No andaba con vueltas para hablar. Lacerantemente directo.
Esas lastimaduras en las grietas del poder. Hasta en eso molestó al poder. Una
molestia que tuvo sus resultados en la boda con la mujer que él quería. María
Teresa murió 8 meses después de casarse con el libertador futuro. Tal fue así
que si no hubiera sentido esa pena tan temprana a su boda con la mujer que
amaba y por la que tanto luchó, quizás no hubiera a llegado a ser conocido por
la historia como El Libertador.
Continuará…
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