Curvas, elevaciones, llegada

-¿Estás acá al lado?-me pregunta. Agrega: -Es el taller de mi hermano. Esta es la calle Alem 23.
Ahí respiré y le mandé un mensaje a mi familia cosa que sepa dónde iba a morir por lo menos.
Al rato, vuelve el tipo con la manguera en la mano. Que no se mal entienda. Todavía hablamos del auto.
-Esta va a funcionar-dice
La coloca y respiramos un poco más fluido todos. Estábamos un poco más contentos. No nos teníamos que quedar ahí, de ninguna manera. Y bueno, la cambió y la purgó. Yo las únicas purgas que conocía eran las que había hecho Stalin en la Rusia Soviética.
Lo prueba y la temperatura ya no subía tanto. Pensé: “me va a aniquilar con el precio”. Deslizo un tímido:
-¿Cuánto es?-me atajo.
-250 pesos. ¿Te parece bien?-me pregunta
-Seeeeeeeee-dije alivianado, ya que había pensado en un 500.
Fui tan amable que le dejé 300 y un fuerte apretón de manos que dejaba entrever a las claras el alivio que sentí de que no me había salido tan caro al fin y al cabo el incidente. El tipo me salvó las papas y yo que creí que era Jason de Martes 13.
Para esto la nena ya se había hecho amiga del tipo y se cagaba de risa de la situación más que yo. De ehcho, se portó 10 puntos, lo que me relajó y me puse a pensar que todavía queda gente solidaria en el mundo.
Antes de esto, otra señora nos había ofrecido llamar a un mecánico desde su celular. Otro se acercó para ver si podía resolvernos algo. La verdad es que nos trataron muy bien. Habremos tenido suerte.
Seguimos camino por ruta desértica. Pensamos que si nos pasaba algo ahí , sí que estaríamos fritos. No pasaba ni el fardo rodando que se ve en las películas del lejano oeste. Se empezaban a avizorar elevaciones. Las sierras.
Cansado de manejar, cambiamos conducción. Lejos, se veía una plácida visión de un paisaje fornido de floras y faunas que no me dejaban dormir porque no podía cerrar los ojos de la belleza que reflejaban. Por lo que manejé el último tramo. Curvas, elevaciones, llegada.

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