La insostenibilidad del valor

Una seguidilla de días que se pasan una y otra vez ahí adentro. Días grises, cual institución acéfala de cerebro. Una suerte de simulación de caminar con inercia estando de acuerdo. Con lo imposible de acordar. Menos a valorar. Ese sentimiento que nos empujó a estar ahí contra viento y marea. Con cada vez más viento en la proa.
Cuando se habla en serie y no enserio. Una velocidad inusitada y con tanta falta de razonamiento crítico que tapa innumerables construcciones de valores, ya determinados de antemano y sin la más mínima participación en su construcción. Los errores que van de la mano de una velocidad construida para confundir. Y menos que menos para valorar. La formalidad amiga de la antipracticidad y enemiga de la  esencia de las cosas.
Gente que señala a otra gente bajo el dedo de la superioridad titulada que ejercen un discurso tan lejano a la realidad. Discursos que retumban como ecos en palabras penduleantes dentro de una burbuja que no se rompe nunca. Señalados que miran desde abajo con miedo a perder una vida, triste vida, esclavizada, creyendo ser libre.
Todo cuidadosamente diseñado. Como un crimen perfecto, cuya víctima es la humanidad excluida. Todo anatómicamente diseñado en el gigante cuerpo social. Todo en pos de los discursos garantizadores de la propiedad privada.
Funcionales y, por ello, falsos comentarios de agentes que colaboran y reproducen el sistema. Tan contradictorio es hablar de sistema y del hombre. Términos enfrentados que se conjugan erróneamente y funcionalmente para contralor del statu quo.
Tristes vidas de hombres grises que creen ver la felicidad detrás de una vidriera. A través del consumo, eterno deseo cuyo círculo nunca cierra, salvo cuando muere su portador.
Un espejo que los refleja nunca los mira sinceramente a los ojos. Está para ver si la silueta cumple con las condiciones estéticas del mercado.
La realidad la analizan como si vivieran en el polo norte. Pero los ojos están en Africa. Cuando mueren creen que colaboraron con su patria, cuya economía no tiene reparo alguno de sustituirlo por algún otro muñeco que extraen del ejército de reserva industrial que se manifiesta masivamente y que se mide a través de la tasa de natalidad. Otro sello y número más en la nuca de un bebé cual si fuera un producto más del mercado.
Así se suceden los días en la vida de una persona que vive la vida en este mundo globalizado. Escuchando todo tipo de locuras. Aprendiendo a esquivar toda seudoconducta destinada a aventajarlo. Un país tan incrédulo en todo, a causa de su calidad de víctima de engaños. De traiciones, de obstáculo ante todo atisbo de bienestar.

Mesas que separan vidas, salarios, realidades ante falsedades. La estupidez especulada. La lucha desigual ante un enemigo en común, de la misma especie del amigo. Verticalidad desinteligente que arrecia y enceguece la contemplación. Cuando las papas queman, la velocidad hace insostenible el valor y el respeto por el ser humano.

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