PACHA MAMA


Vengo de comer con un amigo. Había gente muy humilde. Que sabe valorar las pequeñas cosas. Las que nos hace grandes. Ni autos, ni motos, no guita. En ningún momento se habló del tipo de cambio. Entre besos y abrazos ingresé. Asimismo me fui. Es la gente que merece llamarse así. Gente.  No había máscaras. Sólo en las fiestas de disfraces. De frente la palabra, con la frente bien alta. Con el orgullo de pertenecer a ese lugar tan hermoso y alto. Laburan mucho, más de lo que ganan. Pero la solidaridad es la mejor moneda.

En una cena donde nada sobra, hay para todos. Se reparte todo. Todos colaboran aunque sea mínimo. Se ve el valor de cada uno. Todos y cada uno forman parte de un todo en el cual entre copas y sonrisas abundan las esperanzas de que algún día  cambie cualquier situación invasiva y nefasta. Y si hay alguna resignación siempre hay una palabra de aliento para superar las desgracias de la vida cotidiana. Un hombre encargado de una familia y una mujer compañera en todo problema que se presente. Muchos hijos para atender. El tipo intacto a las demandas de cada uno.

Con todos sus problemas, agradecidos de la vida. ven en la desgracia ajena su mano tendida para lo que se necesite. Es la de ellos. Jamás fallan en eso. Los problemas se conversan con una paz digna de la montaña que acompaña el paisaje. Se pide disculpas ante la mínima ofensa involuntaria siempre. La grandeza de una gente olvidada. Se puede decir que estábamos en una mesa comiendo en una hostería inserta en la montaña.

Ojalá algunos políticos aprendan civilización de esta gente que tildan de incivilizada. Si le enseñamos nosotros a ser “civilizados”, teóricamente, superaron ampliamente al maestro que nunca fuimos. Ellos fueron nuestros maestros y nunca aprendimos.

Lamentablemente, son los gobernados. Gente sencilla, sin guantes blancos. Las manos sucias, de labrar la tierra, la pacha mama, la que se bautiza con el vino, no con residuos tóxicos vertidos por intereses espurios de empresas foráneas.
 

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