POR ALGO SE EMPIEZA
Trabajar para la justicia o
justicia trabajando para uno. En ese caso ¿para quién?. Papeles , papeles y más
papeles. Celulosa con cara de caos cuando la burocracia es un mecanismo
destinado a ordenar. Desorden. El que quiso evitar un gobierno sin el voto
popular. Muertes en pos del orden. Gente que pasó a ser un ente, que no están,
que están desaparecidos. O peor, que se escaparon de la casa. Mucha sangre
costó el orden. Censura mediática que aman algunos medios a cuya mordaza se
adaptaron perfectamente hoy alzan la voz a favor de la libertad de expresión. Al
menos, irónico, ¿no? Hipocresía, quizás. La cuestión es que detrás de esos
papeles sigue habiendo gente que , a su vez, sigue rodeada de esos mismos
papeles que pretenden meter orden a una realidad desordenada, dinámica,
desclasificada, desencasillada, tan poco europea y menos aún, yanqui. Que esos
papeles cuya pretensión es organizar desorganizan que la gente coma, se eduque
y que tenga una cobertura de salud gratuita y realmente eficiente.
Pero no. Pequeños clishés
con membretes en soportes de celulosa que contaminan la necesidad en el proceso
de fabricación avasallando árboles, pequeños grandes seres vivos que nos
brindan nada más ni nada menos que oxígeno, elemento químico fundamental para
la vida del hombre.
Pero volviendo al punto de
partida. La justicia. Tan lejos de la seguridad. Otro de los cuentos que nos
contaron. Los ricos son buenos y los pobres malos. Por ende, los buenos
necesitan de leyes que los protejan para que los malos no se les vengan encima
y de esta manera que puedan seguir sus vidas. La subjetividad del término. La hermenéutica
que se le imprimen a las palabras y las cosas, diría Foucault. La variedad de
interpretaciones que generan los hechos y lo que se vende como única verdad,
intereses de por medio. La gente que se come la voz de quien se aprovecha de su
falta de instrucción y educación.
Entonces, ¿para qué sector
de la sociedad se inventaron las leyes? La puja entre el ser y el deber ser
quizá conteste la pregunta. El sistema penal como represión selectiva de aquellos
que muestran las contradicciones más acérrimas del statu quo vigente en el que
no hay lugar para todos ( y todas). Donde los pocos que disputan el poder se
van eliminando uno por uno en ejercicio de conspiraciones tan secretas que
salen a la luz bajo el influjo mediático en ideas subliminales que revelan cómo
deshacerme de quien considero enemigo, del distinto a uno mismo, que
seguramente quiere avasallar nuestra libertad. Una libertad ficticia , formal,
que se cree real y se defiende a rajatabla.
Consumimos diariamente
innumerables formas de neutralizarnos. En un intento hobbesiano (el hombre es
el lobo del hombre, ¿se acuerdan?) de salvarnos nuestro propio pellejo a costa
de hundir al otro sin más códigos que un hacha en la mano.
Divide y reinarás. Enemistad
entre los súbditos. Generad discordia y engendrarás poder. Enloquecer y generar
la necesidad legitimadora de poder. De que
alguien organice este caos. Bajo este método perverso, basado en “las reglas
del juego” darwiniano, se construye un sistema perverso cuya última
preocupación es la necesidad de la gente.
Que esta misma gente,
perdida en el medio de este caos, con temor (el miedo manipulador de masas)
pida justicia. Una justicia que confunde con seguridad. Una seguridad que
confunde con más represión y más policías en las calles. Que lo único que genera
es más violencia generadora de conflictos armados, construidos, ideados. Cada conflicto
es una semilla que va sembrando la obsesión virtual de la mirada en la
pantalla. Y la credibilidad intacta en el discurso televisivo, agencia
mediática generadora de conflictos de los que vive. Y ni hablar de la dependencia
tecnológica a cualquier tipo de pantalla virtual como la presente que evade
todo tipo de construcción a través del diálogo y que genera cada vez más
distancia a través de mensajes de palabras cortas que generan un sinfín de
sentidos. Y la paranoia social y la histeria colectiva que sufre hoy la
sociedad hace que el sentido de esos mensajes tengan un contenido y una
denotación violenta y enfrentadora.
La falta de propuestas de
reencontrar al hombre que se sienta a buscar los canales de diálogo con la
escasez de tiempo en la que se vive genera una crisis comunicacional que es
funcional al sistema precedentemente mencionado. Mientras tanto , hay una
realidad que necesita del hombre que parece no ser más tal. Una realidad que
precisa de su ser, de su esencia y su genuina entraña que es insoslayable. Más aún
que cualquier especie de especulación. Porque hay problemas que las máquinas no
resuelven. Que necesitan de la genuina inteligencia del hombre y no de la
ingenua asimilación cognitiva de su mente a un ordenador de pc. Y no sólo del
hombre. Sino de todos los hombres. De todos y todas, ya que está tan en boga
decirlo. Y que va más allá de cualquier intento vano de separación de la
especie y de hacerle perder fuerza a su unión.
Leyes que no figuran en
ningún lado. Códigos que no se compran en ninguna librería jurídica. Esfuerzos que
dan más frutos que la separación y la mirada de desconfianza de unos a otros. Cambios
de terminología. No desde el yo , sino desde el nosotros. Puntapié inicial para
vernos como seres humanos reflejados los unos en los otros con los mismos
problemas. Es un proceso que Max Weber denominó empatía. Ni simpatía ni
antipatía. Y en lo enmarcó dentro de lo que llamó sociología comprensiva. Por
algo se empieza.
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