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Mostrando las entradas de diciembre 31, 2011

LOS IMPRESCINDIBLES

En unos de sus cuadernos de apuntes encontró la frase: “y si la muerte sólo vale la muerte”. Pensaba que la vida tenía un sentido enorme en ese momento en que no sabía si se iba a morir o iba a vivir para contarlo. El creía que estaba muriendo. Y se le ocurrió el momento en el cual había nacido. Y pensó en su vieja. Pensaba que el primer abrazo amigo que me abrigó cuando nací fue el de mi vieja. Y ahí está pobrecita. Si supiera se muere. Hoy la quería tener al lado pero ella ya estaba del otro lado de la vida. Ya había vivido mucho. Ya estaba tomando mates con la luz al final del túnel. Y se dijo.: la muerte no puede sólo valer la muerte. Y se dio cuenta que el legado que había dejado en vida lo iba a ayudar a no desaparecer nunca de la vida de los demás. Y se quedó tranquilo. Contento para siempre.   Cerró los ojos y ya estaba listo. Para irse para siempre. Ese día se despidió de todos y   se puso al tanto de la vida de todos. Para repetir la historia. Vio todo negro. Ya había ce

Los arboles

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Ahí está. Queriendo dejar un rastro del pasaje por su vida. Contando lo que nadie habla. Lo que nadie ve. O lo ve y se hace el zota o sota. No me acuerdo con qué inicial. Pero así lo dice un amigo. Un tipo despreocupado pero inundado de preocupaciones. Su preocupación es pasarla bien en una vida que quizá mañana termina. Pero no es la intención mencionar a su amigo. Sino de hablar de él y de las cosas que surgen de escuchar a los árboles cantar. De ello surge mucho para escribir. Como si te dictasen a cada momento lo que tenés que decir. Acá pasé a primera persona del singular porque me pasa todo lo que le pasa. Esos sabios árboles que lo ven todo desde allá arriba cuyas raíces de experiencia lo aferran a la tierra como cable a tierra de nosotros mismos. “Chupate un matecito que el hambre se va”, Arbolito canta desde la reivindicación de los vulnerables del sistema. El hambre, la pobreza, la miseria, la bronca impotente de la injusta desigualdad. Son un paisaje que nadie ve, ni na

RUMI CANI (PIEDRA SOY)

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Cacho se enteró que era una piedra. Para sus enemigos, era una piedra. Quien de afuera lo veía y no le importaba su interior se pensaba que era una piedra. A lo mejor lo querían mover y no podían. Porque se movía por motus propio. Como la piedra de Tandil. Movediza cuando ella quiere. O porque era una piedra que formaba parte de una montaña ideológica donde cada vez se sumaban más piedras y la montaña atravesaba toda la cordillera de los andes. Era notorio que cada vez eran más. La cuestión era que cada vez con más frecuencia se querían sacar más de encima esa piedra del zapato. Estos personajes hobbesianos daban de morfar a esta especie de nueva identidad que había descubierto Cacho cual coraza en que se escuda una tortuga. Lenta pero contundente. Ellos lo hicieron de piedra. Alimentaron su propio monstruo haciéndolo cada día más fuerte. Con cada subestimación, con cada insulto por detrás, cada voluntad en su contra, cacho resurgía de sus propias cenizas como ave fénix. Cacho p