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Mostrando las entradas de diciembre 29, 2011

Los arboles

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Ahí está. Queriendo dejar un rastro del pasaje por su vida. Contando lo que nadie habla. Lo que nadie ve. O lo ve y se hace el zota o sota. No me acuerdo con qué inicial. Pero así lo dice un amigo. Un tipo despreocupado pero inundado de preocupaciones. Su preocupación es pasarla bien en una vida que quizá mañana termina. Pero no es la intención mencionar a su amigo. Sino de hablar de él y de las cosas que surgen de escuchar a los árboles cantar. De ello surge mucho para escribir. Como si te dictasen a cada momento lo que tenés que decir. Acá pasé a primera persona del singular porque me pasa todo lo que le pasa. Esos sabios árboles que lo ven todo desde allá arriba cuyas raíces de experiencia lo aferran a la tierra como cable a tierra de nosotros mismos. “Chupate un matecito que el hambre se va”, Arbolito canta desde la reivindicación de los vulnerables del sistema. El hambre, la pobreza, la miseria, la bronca impotente de la injusta desigualdad. Son un paisaje que nadie ve, ni na

RUMI CANI (PIEDRA SOY)

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Cacho se enteró que era una piedra. Para sus enemigos, era una piedra. Quien de afuera lo veía y no le importaba su interior se pensaba que era una piedra. A lo mejor lo querían mover y no podían. Porque se movía por motus propio. Como la piedra de Tandil. Movediza cuando ella quiere. O porque era una piedra que formaba parte de una montaña ideológica donde cada vez se sumaban más piedras y la montaña atravesaba toda la cordillera de los andes. Era notorio que cada vez eran más. La cuestión era que cada vez con más frecuencia se querían sacar más de encima esa piedra del zapato. Estos personajes hobbesianos daban de morfar a esta especie de nueva identidad que había descubierto Cacho cual coraza en que se escuda una tortuga. Lenta pero contundente. Ellos lo hicieron de piedra. Alimentaron su propio monstruo haciéndolo cada día más fuerte. Con cada subestimación, con cada insulto por detrás, cada voluntad en su contra, cacho resurgía de sus propias cenizas como ave fénix. Cacho p

Aprender a no repetir

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El flaco vivía en España. Laburaba y mucho. A tontas y a locas, dirían las viejas. Y aprendió. Muchas cosas. Entre esas a escribir, relatar hechos, a que se hablaba sin saber, se escribía mal. Se hablaba mucho. No importaba de qué ni si era empíricamente comprobable. Había que hablar   y decir hasta la estupidez más grande del mundo. Quedar bien a costa de las más míseras miserias. Si había algo miserable era las actitudes que veía en todos y cada uno de la gente que lo rodeaba.   Generalizaba mal, pero con eso se conformaba. Individualizaba el lugar para conformarse. El arte de la vendetta a la orden del día. Mentir para sobrevivir. El dólar celeste se quedaba corto. Quejas sin dolor. Fluorescencias de pelotudez después de hora. Chupamedias por doquier. Esquiroles gallegos. Regocijos de las desgracias ajenas co lágrimas de cocodrilo. La envidia maliciosa de la dicha ajena y la pregunta sobre la propia. Sonrisa cínica ante el sufrimiento ajeno. Sonrisa sin completar, media sonrisa.