obsesivo como pocos

“Que nuestra relación no sea ficticia, como tantos amores que dicen ser civilizados. No quiero que me mientas. No quiero que me digas la verdad porque me da miedo. De sufrir. Aveces tomarlo como chiste me hace sentir mejor. Pero me lastima profundamente.” Esto pensaba el tipo la noche que no podía dormir. La imaginaba con otro tipo y se quería pegar un tiro en las bolas. Obsesivo como pocos. Ojalá me equivoque, pensaba. Algo le hacía pensar que no estaba actuando bien , que en algo se equivocaba. Ojalá me cierres la boca con hechos. Pensaba lo lindo que fue esa entrega para siempre y no quería ver nublado un día de sol que hoy había desdibujado un arco iris , luego de una discusión que terminó en un cachetazo y consiguiente portazo.
 El despecho femenino es tan jodido como la falta de pechos en ellas que lo llevan inmanentes, desafiantes. Ese fue un día de despecho en ella . sintió culpa, pero a la vez pensaba que él se lo merecía por todo lo que le había hecho sufrir. En el fondo, no le dolió tanto. Un poco sí porque pensaba en sus hijos. Pero eso no la hacía peor madre. Inmediatamente después de salir de esa habitación sintió un latigazo en la espalda cual estigma designado justo para ese momento por el que ella creía su creador. Un castigo de dios. Pensó impune. Pero no tan impune.
El se había levantado a la mañana sin haber podido dormir en toda la noche ante la ausencia de ella.  El orgullo era más fuerte. No se iba a rebajar a rogarle que vuelva, que se moría de amor por ella, y hasta mataría por ella. Obsesivo como pocos. Se guardó todo eso. Pero no lo guardó para siempre. Como todo lo reprimido, emergió a la superficie cual estigma enviado por quien pensaba que era su creador. Pero no lo había enviado el supuesto creador de ambos. Había sido enviado por él mismo en su representación. Porque no se animó él personalmente, así como no se animó a decirle que la amaba, que la necesitaba. Que vuelva.
No, ese también fue un día en que el arco iris se fue desdibujando a medida que la bala ingresaba en la espalda de quien momentos antes había abrochado el bretel de su corpiño, donde le pesaba la culpa de un acto de liberación. En definitiva, le pesó tanto que le costó la vida.
El, obsesivo como pocos.

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