Aprender a no repetir


El flaco vivía en España. Laburaba y mucho. A tontas y a locas, dirían las viejas. Y aprendió. Muchas cosas. Entre esas a escribir, relatar hechos, a que se hablaba sin saber, se escribía mal. Se hablaba mucho. No importaba de qué ni si era empíricamente comprobable. Había que hablar  y decir hasta la estupidez más grande del mundo. Quedar bien a costa de las más míseras miserias. Si había algo miserable era las actitudes que veía en todos y cada uno de la gente que lo rodeaba.  Generalizaba mal, pero con eso se conformaba. Individualizaba el lugar para conformarse. El arte de la vendetta a la orden del día. Mentir para sobrevivir. El dólar celeste se quedaba corto. Quejas sin dolor. Fluorescencias de pelotudez después de hora. Chupamedias por doquier. Esquiroles gallegos. Regocijos de las desgracias ajenas co lágrimas de cocodrilo. La envidia maliciosa de la dicha ajena y la pregunta sobre la propia. Sonrisa cínica ante el sufrimiento ajeno. Sonrisa sin completar, media sonrisa. Abuso de poder se llamaba su jefe. Resistencia fue su nombre.
El flaco aprendió, por sobre todas las cosas. Eso es lo que más valoró. No hay mal que por bien no venga, pensó. Aprender a no repetir. Aprender lo que no hay que ser ni hacer. Saber qué personas tienen vocación y cuáles son meros monigotes. Quien se la juega y quien esconde la cabeza como avestruz ante la más mínima difilcutad. Quien defiende realmente el sistema ante el cual no se está enteramente de acuerdo, aunque su importancia sea crucial cuando hay grupos que se empeñan en desestabilizarlo como antaño. Aprendió y cuando llegó se preguntó: ¿tan lejos queda España?

Comentarios

Anónimo dijo…
QUÉ DURO AGU, ESTO ME DOLIÓ. SERÁ QUE UNO NUNCA ESTÁ PREPARADO PARA PERDER....? MA. ( A VECES PERDER ES NADA MÁS QUE SACAR VENTAJA, NO TE PARECE?)

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