EL DISCONFORME
“Cuatro alfajores, 2 pesos”, pasa y aturde un vendedor ambulante en el tren que recién sale de Moreno a Buenos Aires. Gente cansada, ojerosa, que duerme poco. Un poco de mugre. Un barbudo enfrente con una tristeza de psicólogo freudiano en la cara.
Un panorama de resignación. Algunos duermen para olvidar. Algunos leen para pasar más rápido el viaje. Algunos observan a otros. Algunos escriben.
Acabo de leer uno de los capítulos del libro de John Reed, Diez días que conmovieron al mundo. Me pregunto por qué ese pueblo ruso tuvo tantos huevos y tanta dignidad para ponerle fin a la miseria, poniendo en riesgo sus valiosas vidas, hasta perderlas. Tan valiosas como cualquier vida de cualquier ser humano.
Acá todo es resignación. Está bien: son distintas épocas. Pero no hay fuerza ni siquiera para reclamar lo injusto. Todos comidos por los espejitos de colores de una empresa de celular, ensimismados en sí mismos. Un sistema perverso que hace que te canses de reclamar, que te pierdas entre los papeles de una burocracia ancestral, eterna, el reclamo con cara de expediente, que de expeditivo no tiene ni la primera ni la última foja. La burocracia siempre estúpida, nunca organizada, la mentira sistemática, el engaño a ultranza, la nunca sana competencia, la división del trabajo que supimos adoptar y nunca adaptar, todo inmerso en lugares donde reclamar y hacer valer los derechos es símbolo de rebeldía y está imbuido de connotación negativa, de maricón que no se sabe adaptar, y que en épocas tenebrosas fue teñido de sangre bajo el mote de subversivo, zurdo, Che Guevara, hippie, drogadicto, y puto, diría el personaje del policía que enfrenta al rock.
En fin, este sistema se encarga de que tengamos la mente ocupada en el fútbol (hermoso deporte, por otro lado, jugado a lo latinoamericano, sin pizarras europeas), el hedonismo, los placeres y otro sinfín de entretenimientos que nos despolitizan, nos desocializan, nos deseconomizan, nos alejan de otros a quienes vemos nuestros propios enemigos por más que estemos con idénticas miserias.
La mirada al ombligo es clave para el funcionamiento de esto. Divide y reinarás, auguraba Maquiavelo en El Príncipe, libro de cabecera de Carlos Saúl I. Y con ese criterio dividió todo. Pero no repartió nada. La devaluación encubierta que terminó en las desgracias del 2001. Y todavía algunos piensan con añoranza en el 1 a 1. Sin palabras. Sin perjuicio de ello, o con el mismo, este filósofo político tenía razón cuando vaticinaba que el hombre llora más la pérdida de una fortuna que la muerte de su propio padre. La praxis de esta filosofía es fácilmente comprobable empíricamente en una sucesión. Aves de rapiña si las hay.
Es una locura. Pero es así, dirían los conformistas. Aunque si queremos, podemos que sea mejor. Dirían los disconformes con sangre en las venas. Y transformar esa resignación en bronca y en dar vuelta todo. Y que la tortilla se vuelva…
Porque ¿hasta cuando? No sé. Pero qué bueno estaría que un buen día se despierte el bichito ése que te indica dónde está la verdadera libertad, la genuina. Y que con el dolor que implica un cambio, se de en las entrañas de cada sufrido en estas tierras. Los rusos la hicieron hace casi cien años. Son otras épocas, diría un conformista; pero son las mismas injusticias, diría un disconforme.-
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